
sábado, 31 de mayo de 2008
EL PROBLEMA DEL CONOCIMIENTO

Los problemas del conocimiento radican en que se puede conocer sin tener conciencia de ello y es muy común que, creyendo que se conoce, se caiga en el error y la ilusión. Los hombres siempre han elaborado falsas concepciones de sí mismos, de lo que hacen, de lo que deben hacer y del mundo en que viven y, cuando descubren que lo que creen conocer es errado, entonces deben procurar conocerse a sí mismos. Es por ello que esos problemas no se deben atribuir las ilusiones y los errores a los mitos, creencias, religiones y tradiciones heredadas del pasado, así como tampoco al subdesarrollo de las ciencias, la educación y la razón. La creencia en la grandeza de la razón oculta una racionalización mutilante.
Las ciencias han hecho grandes avances en el campo del conocimiento, pero esos mismos avances acercan al hombre a un “yo no sé que” desconocido que reta sus conceptos, su lógica, su inteligencia, planteándose el problema de lo incognoscible. De este reto surgen interrogantes sobre la incertidumbre de que pueden haber conocimientos que se han ignorado o despreciado, que tal vez han sido destruidos en nombre de la lucha contra la ignorancia, y se hace evidente la necesidad vital de situar, reflexionar y reinterrogar al propio conocimiento.
A partir de ese momento, la búsqueda de la verdad va unida a una investigación acerca de la posibilidad de la verdad, la validez del conocimiento, el conocimiento del conocimiento. Cuando se conoce algo, se cree que esa noción de conocimiento es una y evidente y tan pronto como a esa noción se la interroga, se multiplica en nociones innumerables planteando cada una de ellas nuevas interrogantes, haciéndose el conocimiento cada vez más esquivo, multidimensional e inseparable.
Tal multidimensionalidad se ve rota por la organización del conocimiento en el seno de la cultura; los saberes que permitirían el conocimiento del conocimiento se hallan separados y parcelados. Cada uno se esos fragmentos separados ignora el rostro global del que forma parte. El parcelamiento de los conocimientos no sólo afecta a la posibilidad de un conocimiento del conocimiento, sino también a las posibilidades de conocimiento acerca del hombre mismo y el mundo, provocando una patología del saber. Semejante estado parece evidente y natural.
Siendo ésta la época más exaltante para el progreso del conocimiento, difícilmente se evidencia que las ganancias inauditas del conocimiento se pagan con inauditas ganancias de ignorancia. Las universidades y la investigación, los cuales son los refugios naturales de la libertad de pensamiento, toleran desviaciones e inconformismos y permiten la toma de conciencia de las mismas carencias universitarias y científicas, olvidándose que producen la mutilación del saber, es decir, un nuevo oscurantismo. Estos males modernos resultan inseparables del conocimiento científico.
Al mismo tiempo, el mismo proceso que realizó y realiza las mayores hazañas en el orden del conocimiento produce nuevas ignorancias, un nuevo oscurantismo, una nueva patología del saber, un poder incontrolado. Este fenómeno de doble rostro plantea un problema de civilización crucial y vital. El siglo XX fue testigo de la inmersión vertiginosa de la civilización en la crisis de los fundamentos del conocimiento, empezando ésta con la filosofía, animada por una dialéctica que remitía de uno a otro la búsqueda de un fundamento cierto para el conocimiento y el perpetuo retorno del espectro de la certidumbre. A partir de allí, la filosofía contemporánea se dedica menos a la construcción de sistemas sobre fundamentos seguros que a la deconstrucción generalizada y a la radicalidad de un cuestionario que relativiza todo conocimiento.
Nace el Círculo de Viena, pretendiendo fundar la certidumbre del pensamiento en el “positivismo lógico” y así, el sueño de encontrar los fundamentos absolutos se hundió con el descubrimiento de la ausencia de tales fundamentos. En ese orden de ideas, Popper demostró que la verificación no bastaba para asegurar la verdad de una teoría científica y reveló que, por el contrario, lo propio de la cientificidad de una teoría residía en el falibilismo. Como consecuencia, ni la verificación empírica ni la verificación lógica son suficientes para establecer un fundamento cierto del conocimiento.
Simultáneamente, lo Real también entraba en crisis y el orden impecable del universo cedió lugar a una combinación incierta y enigmática de orden, desorden y organización. Se abren brechas en lo Real y en la lógica. Por estas dos brechas se escapa aquello que sigue llamándose Real y se pierden irreparablemente los fundamentos del Conocimiento. La crisis de los fundamentos del conocimiento científico se une a la crisis de los fundamentos del conocimiento filosófico, convergiendo una y otra en la crisis ontológica de lo Real, para confrontarnos a la crisis de los fundamentos del pensamiento. La duda y la relatividad llegaron para quedarse.
Sin embargo, la duda y la relatividad no son del todo malas, también pueden llegar a ser estimulantes de conocimientos. Debido a ello, es necesaria la construcción de un metapunto de vista que permita examinar las condiciones, posibilidades y límites del conocimiento. Como el problema de esas posibilidades y límites ha dejado de limitarse al terreno únicamente filosófico, el conocimiento del conocimiento puede llegar a ser, con toda legitimidad, científico al cien por ciento, al objetivizar al máximo todos los fenómenos cognitivos, pero al mismo tiempo debe y puede seguir siendo filosófico al cien por ciento. Si la filosofía intenta constituirse como ciencia, como ocurrió con la corriente del Círculo de Viena, renace el corte fundamental entre esta filosofía cientificista y objetivista, que ha perdido la problemática filosófica, y la otra filosofía que se concentra sobre la intuición, la experiencia, la reflexión, la especulación.
Vista la multidimensionalidad de los caracteres del conocimiento y la complejidad de los problemas que plantea, es necesario efectuar el difícil diálogo entre la reflexión subjetiva y el conocimiento objetivo. Además, es necesario reintegrar y concebir el problema de la relación sujeto-objeto. No se trata de caer en el subjetivismo, sino más bien afrontar el problema complejo en que el sujeto del conocimiento se convierte en objeto del conocimiento al mismo tiempo que sigue siendo sujeto.
El conocimiento del conocimiento debe superar los marcos de la epistemología clásica al mismo tiempo que la incluye (metaepistemología), y no puede sino volverse metepanepistemológico, integrando la epistemología compleja en cualquier andadura cognitiva que sea susceptible de reflexión, reconocimiento, situación, problematización. Es por eso que el conocimiento del conocimiento no puede ni debe ser del dominio exclusivo de pensadores, expertos y filósofos. Debe ser una tarea histórica para cada uno y para todos. La epistemología compleja debe descender a las calles y ser motor de la revolución del conocimiento.
El conocimiento debe hacer a las personas ver y reconocer entre verdadera y falsa imposibilidad de ganar conocimiento. Verdadera la que se desprende de sus propios límites y falsa la que se desprende del tabú y la resignación. Las prácticas científicas y filosóficas dependen de los especialistas, pero sus ideas pueden y deben ser las ideas de todos. Hay que reivindicar el derecho a tratar los problemas clave que se desprenden de los desarrollos científicos teniendo cuidado de no caer en la extrapolación irreflexiva, la traición semántica y la descontextualización impúdica. En otras palabras, la democratización del conocimiento.
Todo hombre debe tener un método que se desprende de su andadura, para ser ayuda de la estrategia. El fin del método es ayudarlo a pensar por sí mismo para responder al desafío de la complejidad de los problemas. Al unir un primer nivel de conocimientos (el de las ciencias referidas a los objetos físicos y biológicos), a un segundo nivel reflexivo sobre los conceptos e ideas, el operador del conocimiento se convierte, al mismo tiempo, en objeto del conocimiento, es decir, se apropia del conocimiento.
El conocimiento del conocimiento se nutre, principalmente, de los conocimientos científicos, porque son los únicos que pueden resistir la prueba de la verificación-refutación, pero se esfuerza en pensar y reflexionar los conocimientos científicos auto-elaborándose como epistemología compleja. Los conocimientos sobre el conocimiento se hallan en un estado de avance totalmente desigual en lo que concierne a la relación cerebro-espíritu, y como una gran parte del terreno no ha sido rastrillada aún, se corre un enorme riesgo de equivocarse en los problemas clave, las verdaderas cuestiones, las buenas vías de comunicación y las informaciones viables.
Las ciencias han hecho grandes avances en el campo del conocimiento, pero esos mismos avances acercan al hombre a un “yo no sé que” desconocido que reta sus conceptos, su lógica, su inteligencia, planteándose el problema de lo incognoscible. De este reto surgen interrogantes sobre la incertidumbre de que pueden haber conocimientos que se han ignorado o despreciado, que tal vez han sido destruidos en nombre de la lucha contra la ignorancia, y se hace evidente la necesidad vital de situar, reflexionar y reinterrogar al propio conocimiento.
A partir de ese momento, la búsqueda de la verdad va unida a una investigación acerca de la posibilidad de la verdad, la validez del conocimiento, el conocimiento del conocimiento. Cuando se conoce algo, se cree que esa noción de conocimiento es una y evidente y tan pronto como a esa noción se la interroga, se multiplica en nociones innumerables planteando cada una de ellas nuevas interrogantes, haciéndose el conocimiento cada vez más esquivo, multidimensional e inseparable.
Tal multidimensionalidad se ve rota por la organización del conocimiento en el seno de la cultura; los saberes que permitirían el conocimiento del conocimiento se hallan separados y parcelados. Cada uno se esos fragmentos separados ignora el rostro global del que forma parte. El parcelamiento de los conocimientos no sólo afecta a la posibilidad de un conocimiento del conocimiento, sino también a las posibilidades de conocimiento acerca del hombre mismo y el mundo, provocando una patología del saber. Semejante estado parece evidente y natural.
Siendo ésta la época más exaltante para el progreso del conocimiento, difícilmente se evidencia que las ganancias inauditas del conocimiento se pagan con inauditas ganancias de ignorancia. Las universidades y la investigación, los cuales son los refugios naturales de la libertad de pensamiento, toleran desviaciones e inconformismos y permiten la toma de conciencia de las mismas carencias universitarias y científicas, olvidándose que producen la mutilación del saber, es decir, un nuevo oscurantismo. Estos males modernos resultan inseparables del conocimiento científico.
Al mismo tiempo, el mismo proceso que realizó y realiza las mayores hazañas en el orden del conocimiento produce nuevas ignorancias, un nuevo oscurantismo, una nueva patología del saber, un poder incontrolado. Este fenómeno de doble rostro plantea un problema de civilización crucial y vital. El siglo XX fue testigo de la inmersión vertiginosa de la civilización en la crisis de los fundamentos del conocimiento, empezando ésta con la filosofía, animada por una dialéctica que remitía de uno a otro la búsqueda de un fundamento cierto para el conocimiento y el perpetuo retorno del espectro de la certidumbre. A partir de allí, la filosofía contemporánea se dedica menos a la construcción de sistemas sobre fundamentos seguros que a la deconstrucción generalizada y a la radicalidad de un cuestionario que relativiza todo conocimiento.
Nace el Círculo de Viena, pretendiendo fundar la certidumbre del pensamiento en el “positivismo lógico” y así, el sueño de encontrar los fundamentos absolutos se hundió con el descubrimiento de la ausencia de tales fundamentos. En ese orden de ideas, Popper demostró que la verificación no bastaba para asegurar la verdad de una teoría científica y reveló que, por el contrario, lo propio de la cientificidad de una teoría residía en el falibilismo. Como consecuencia, ni la verificación empírica ni la verificación lógica son suficientes para establecer un fundamento cierto del conocimiento.
Simultáneamente, lo Real también entraba en crisis y el orden impecable del universo cedió lugar a una combinación incierta y enigmática de orden, desorden y organización. Se abren brechas en lo Real y en la lógica. Por estas dos brechas se escapa aquello que sigue llamándose Real y se pierden irreparablemente los fundamentos del Conocimiento. La crisis de los fundamentos del conocimiento científico se une a la crisis de los fundamentos del conocimiento filosófico, convergiendo una y otra en la crisis ontológica de lo Real, para confrontarnos a la crisis de los fundamentos del pensamiento. La duda y la relatividad llegaron para quedarse.
Sin embargo, la duda y la relatividad no son del todo malas, también pueden llegar a ser estimulantes de conocimientos. Debido a ello, es necesaria la construcción de un metapunto de vista que permita examinar las condiciones, posibilidades y límites del conocimiento. Como el problema de esas posibilidades y límites ha dejado de limitarse al terreno únicamente filosófico, el conocimiento del conocimiento puede llegar a ser, con toda legitimidad, científico al cien por ciento, al objetivizar al máximo todos los fenómenos cognitivos, pero al mismo tiempo debe y puede seguir siendo filosófico al cien por ciento. Si la filosofía intenta constituirse como ciencia, como ocurrió con la corriente del Círculo de Viena, renace el corte fundamental entre esta filosofía cientificista y objetivista, que ha perdido la problemática filosófica, y la otra filosofía que se concentra sobre la intuición, la experiencia, la reflexión, la especulación.
Vista la multidimensionalidad de los caracteres del conocimiento y la complejidad de los problemas que plantea, es necesario efectuar el difícil diálogo entre la reflexión subjetiva y el conocimiento objetivo. Además, es necesario reintegrar y concebir el problema de la relación sujeto-objeto. No se trata de caer en el subjetivismo, sino más bien afrontar el problema complejo en que el sujeto del conocimiento se convierte en objeto del conocimiento al mismo tiempo que sigue siendo sujeto.
El conocimiento del conocimiento debe superar los marcos de la epistemología clásica al mismo tiempo que la incluye (metaepistemología), y no puede sino volverse metepanepistemológico, integrando la epistemología compleja en cualquier andadura cognitiva que sea susceptible de reflexión, reconocimiento, situación, problematización. Es por eso que el conocimiento del conocimiento no puede ni debe ser del dominio exclusivo de pensadores, expertos y filósofos. Debe ser una tarea histórica para cada uno y para todos. La epistemología compleja debe descender a las calles y ser motor de la revolución del conocimiento.
El conocimiento debe hacer a las personas ver y reconocer entre verdadera y falsa imposibilidad de ganar conocimiento. Verdadera la que se desprende de sus propios límites y falsa la que se desprende del tabú y la resignación. Las prácticas científicas y filosóficas dependen de los especialistas, pero sus ideas pueden y deben ser las ideas de todos. Hay que reivindicar el derecho a tratar los problemas clave que se desprenden de los desarrollos científicos teniendo cuidado de no caer en la extrapolación irreflexiva, la traición semántica y la descontextualización impúdica. En otras palabras, la democratización del conocimiento.
Todo hombre debe tener un método que se desprende de su andadura, para ser ayuda de la estrategia. El fin del método es ayudarlo a pensar por sí mismo para responder al desafío de la complejidad de los problemas. Al unir un primer nivel de conocimientos (el de las ciencias referidas a los objetos físicos y biológicos), a un segundo nivel reflexivo sobre los conceptos e ideas, el operador del conocimiento se convierte, al mismo tiempo, en objeto del conocimiento, es decir, se apropia del conocimiento.
El conocimiento del conocimiento se nutre, principalmente, de los conocimientos científicos, porque son los únicos que pueden resistir la prueba de la verificación-refutación, pero se esfuerza en pensar y reflexionar los conocimientos científicos auto-elaborándose como epistemología compleja. Los conocimientos sobre el conocimiento se hallan en un estado de avance totalmente desigual en lo que concierne a la relación cerebro-espíritu, y como una gran parte del terreno no ha sido rastrillada aún, se corre un enorme riesgo de equivocarse en los problemas clave, las verdaderas cuestiones, las buenas vías de comunicación y las informaciones viables.
lunes, 5 de mayo de 2008
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